Hace cien años, Einstein interpretó el fenómeno de la gravitación, la 
más evidente de las fuerzas de la naturaleza, como el resultado de la 
deformación del tejido del espacio y el tiempo. En esta visión, el 
espacio y el tiempo no son escenarios pasivos del movimiento de la 
materia, sino que se ven afectados por la cantidad y tipo de energía que
 contiene. En un sentido metafórico, podemos decir que el espacio tiene 
propiedades elásticas. Cuando hay mucha energía concentrada en una 
pequeña región, el espacio colapsa sin remedio en el interior de una 
región que desde fuera se ve como un agujero negro. Por el contrario, si
 el propio vacío tiene energía (la famosa “energía oscura”), el espacio 
responde dilatándose como un bizcocho, justamente lo que vemos en 
nuestro universo a las distancias más grandes que hemos podido medir.
 Lo que LIGO afirma haber detectado es una colisión de dos agujeros 
negros con una masa de treinta soles cada uno, con un tamaño de poco más
 de un centenar de kilómetros, orbitando casi a la velocidad de la luz 
en una espiral de colisión espectacular que resulta en un agujero negro 
más grande.
 Para ser justos, hay que decir que pocos físicos dudaban de la 
existencia de las ondas gravitacionales. En realidad, ya se habían 
“visto” de manera indirecta hace más de dos décadas, cuando Hulse y 
Taylor recibieron el premio Nobel de física en 1993, precisamente por el
 descubrimiento de estrellas de neutrones binarias, una de las cuales 
emite pulsos electromagnéticos, regulares como un faro interestelar. 
Esto les permitió calcular con mucha precisión la pérdida paulatina de 
energía, que concordaba perfectamente con la que correspondería a la 
emisión de ondas gravitacionales.
 El verdadero hito histórico del descubrimiento de LIGO es la apertura de una nueva ventana para estudiar el universo. Ya no podremos dudar de la existencia de los agujeros negros.
http://elpais.com/elpais/2016/02/11/ciencia/1455218258_488841.html
